Suplicio se
quedó perpleja ante el anuncio de sopetón por parte de su madre también
Suplicio de que eran descendientes de Baltasar aunque ella que no se achanta
ante las incógnitas del destino se hizo la firme promesa de investigar y dar
luz a este oscuro tema hereditario.
Ya su
abuelo, D. Desiderato, cuando se enteró de esta circunstancia movió piedra
sobre piedra entre Pinto y Móstoles para saber quién podría ser el tal Baltasar
y no lo hacía por darle una alegría a su esposa, Dª Suplicio, sabemos que todas
las féminas de la familia se llaman así y en verdad todas lo son además de
hijas únicas pues dicen que los correspondientes maridos perdieron todo interés
en seguir perpetuando la especie cuanto más conocían a sus respectivas, le
contó a su hija Suplicio a la vez madre de la encantadora niña de la cual versa
este serial que Desiderato, que en paz descanse, quería saber si Baltasar era
un rico y la verdad que el abuelo de la pequeña Suplicio murió pobre y loco el
pobre de tanto buscar donde no sabía.
Suplicio iba
creciendo en tamaño más que en inteligencia, cosa muy de su familia, y
poco a poco se iba haciendo una tierna
mujercita llena de mala baba. Su querida madre a corta edad le coloreó el pelo
pues no quería que padeciera la ingratitud de sentirse tan diferente, rara para
el resto del mundo, y que ya tenía suficiente con ser descendiente de quién
era. Leía mucho, investigaba a escondidas su árbol genealógico, que bien podría
equipararse a un bonsai, y aunque de vez en cuando quedaba con amiguitas suyas
para tomar unas pastitas bien sabía que ese ambiente tan cursi no era para ella
pues siempre se identificó con los movimientos contestatarios porque no
olvidemos que ella en si es una absoluta repelente protestona.
En sus años
de instituto conoció un día a la salida del mismo a un chico que le cayó
simpático pues no era como los demás estirados que D. Trófimo, su padre, quería
que conociera. Su madre llevaba con verdadero suplicio el suplicio de su
querida hija.
Este joven
se llamaba Tertuliano aunque a pesar de su nombre era un poco tímido y solo
acertaba a decir si o no cuando se hallaba muy presionado.
Encuentro normal
entre Suplicio y Tertuliano:
-
….. (Inclinación de cabeza del mocetón).
-
¡Hola, Tertuliano! ¿Cómo estás?
-
…... (Silencio).
-
¡Me alegro! Hoy lo he pasado muy bien en clase
porque nos han enseñado las propiedades que aporta una mosca cuando se ahoga en
el caldo del puchero.
-
….(Silencio con un leve abrir y cerrar los ojos).
-
A mí, Dª. Jocunda, que así se llamaba la profesora
de Suplicio, me ha felicitado por la exposición que he hecho sobre este tema y
me ha puesto un 8,8 para envidia de todas las demássss.
-
Mmmmm, (es lo más que se atrevió a murmurar
Tertuliano).
-
¿Sabes? Mi familia tiene un secreto que no te
puedo contar.
-
….(Temblor de la mandíbula).
-
Y tiene que ver con nuestra genealogía.
-
…(Temblor de las cejas).
-
Bueno, me voy para casa porque tengo que estudiar
el nuevo tema que hay que exponer en clase: ¿Por qué la arena molesta tanto
entre los dedos de los pies?
-
….(Gesto de asentimiento).
-
¿Te veo mañana y charlamos de nuevo? Tú sabes que
me encanta hablar contigo, porque nada más que se escucha ella claro está,
Tertuliano.
-
Mmmmmmmmmm......mmmmmmm.... ¡Sí!
Y ahí acabó
el encuentro entre Tertuliano y Suplicio para suplicio de Tertuliano.
Su padre, D.
Trófimo, era un hombre de fuerte carácter y muy buen genio todo lo contrario a
Suplicio madre que era una mujer de muy mal genio y débil carácter.
Trófimo,
socio fundador del selecto Club de Pensadores “El Dormitar” y allí se reunía
todas las tardes para junto a sus amigos Osorio, Melasio y Eusosio, cumplir con
las obligaciones fundacionales: ¡Dormitar!
Después de
la “cabezadita” en el cómodo sillón de piel con orejeras tomaban una copita
mientras se iniciaba la tertulia del día que así es como se anunciaba en un
cartel escrito por el conserje del selecto club:
¡¡Hoy
tenemos tertulia! Hablaremos, después de dormitar, sobre este interesante tema:
“El ecosistema creado alrededor del moco seco pegado debajo de la silla”.
Expone tan interesante disquisición el eminente profesor D. Selecio Mocorranell
que ha venido expresamente desde Lérida.
Osorio le
preguntó a su amigo Trófimo que si sabía quién era ese “chico” con el que su
hija Suplicio hablaba un rato tras salir de clase.
Esta
cuestión cogió totalmente desprevenido a D. Trófimo, también algo adormilado,
que tuvo que admitir su ignorancia en este tema porque en otros ni se discute.
-
Tertuliano, me parece que se llama. Es hijo de un
conocido médico de enfermedades venéreas. D. Serapión de Malasalud. ¡Una
eminencia en lo suyo! No aclaró que era eso de lo “suyo” y ahí terminó la
conversación.
Pero al
bueno de D. Trófimo no se le fue de la cabeza esta cuestión y dicho sea de paso
perdió hasta el hilo conductor del moco seco que se refería largo rato D.
Selecio. Tras terminar la tertulia de tres horas y media se fue directamente a
casa donde entró a voz en grito:
-
Suplicio, ¿Quién coño es Tertuliano?
- Ella, muy marisabidilla y más repelente que nunca,
le contestó: Es un chico extraordinario que deja hablar a las mujeres. Es un sol
aunque sea de derechas porque yo, querido padre, me considero contestataria
aunque los demás piensen que puedo ser pija y con más cultura que el resto.
¡Soy contestataria!
Trófimo
enmudeció, se sentó en su sillón acusando un golpe del que nunca se volvería a
recuperar y no era porque Tertuliano dejara hablar a las mujeres, eso entra
dentro de la normalidad ya sea por educación o por conveniencia, sino que su
hija le había salido una provocadora ¡¡Contestaria!!
Horas más
tarde cuando Trófimo y Suplicio se hallaban en el tálamo nupcial le dijo a su
mujer con voz muy apagada: ¡Qué engendro hemos engendrado Suplicio! La niña nos
ha salido, además de antipática y repelente, una contestataria. Se calló con
los ojos acuosos por la decepción y babas resecas en las boqueras.
Suplicio
madre gritó calladamente: ¡La mandamos a un internado! Ella no podía permitir
que la última descendiente de Baltasar se codease con un bobalicón, medio
carajote, y atolondrado por muy de Malasalud que se apellide.
Y se
pusieron a dormitar...
Jesús
Rodríguez Arias
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