jueves, 30 de julio de 2015

SUPLICIO: SIGUE LA HISTORIA.




Suplicio se quedó perpleja ante el anuncio de sopetón por parte de su madre también Suplicio de que eran descendientes de Baltasar aunque ella que no se achanta ante las incógnitas del destino se hizo la firme promesa de investigar y dar luz a este oscuro tema hereditario.

Ya su abuelo, D. Desiderato, cuando se enteró de esta circunstancia movió piedra sobre piedra entre Pinto y Móstoles para saber quién podría ser el tal Baltasar y no lo hacía por darle una alegría a su esposa, Dª Suplicio, sabemos que todas las féminas de la familia se llaman así y en verdad todas lo son además de hijas únicas pues dicen que los correspondientes maridos perdieron todo interés en seguir perpetuando la especie cuanto más conocían a sus respectivas, le contó a su hija Suplicio a la vez madre de la encantadora niña de la cual versa este serial que Desiderato, que en paz descanse, quería saber si Baltasar era un rico y la verdad que el abuelo de la pequeña Suplicio murió pobre y loco el pobre de tanto buscar donde no sabía.

Suplicio iba creciendo en tamaño más que en inteligencia, cosa muy de su familia, y poco  a poco se iba haciendo una tierna mujercita llena de mala baba. Su querida madre a corta edad le coloreó el pelo pues no quería que padeciera la ingratitud de sentirse tan diferente, rara para el resto del mundo, y que ya tenía suficiente con ser descendiente de quién era. Leía mucho, investigaba a escondidas su árbol genealógico, que bien podría equipararse a un bonsai, y aunque de vez en cuando quedaba con amiguitas suyas para tomar unas pastitas bien sabía que ese ambiente tan cursi no era para ella pues siempre se identificó con los movimientos contestatarios porque no olvidemos que ella en si es una absoluta repelente protestona.

En sus años de instituto conoció un día a la salida del mismo a un chico que le cayó simpático pues no era como los demás estirados que D. Trófimo, su padre, quería que conociera. Su madre llevaba con verdadero suplicio el suplicio de su querida hija.

Este joven se llamaba Tertuliano aunque a pesar de su nombre era un poco tímido y solo acertaba a decir si o no cuando se hallaba muy presionado.

Encuentro normal entre Suplicio y Tertuliano:

-        ….. (Inclinación de cabeza del mocetón).
-        ¡Hola, Tertuliano! ¿Cómo estás?
-        …... (Silencio).
-        ¡Me alegro! Hoy lo he pasado muy bien en clase porque nos han enseñado las propiedades que aporta una mosca cuando se ahoga en el caldo del puchero.
-        ….(Silencio con un leve abrir y cerrar los ojos).
-        A mí, Dª. Jocunda, que así se llamaba la profesora de Suplicio, me ha felicitado por la exposición que he hecho sobre este tema y me ha puesto un 8,8 para envidia de todas las demássss.
-        Mmmmm, (es lo más que se atrevió a murmurar Tertuliano).
-        ¿Sabes? Mi familia tiene un secreto que no te puedo contar.
-        ….(Temblor de la mandíbula).
-        Y tiene que ver con nuestra genealogía.
-        …(Temblor de las cejas).
-        Bueno, me voy para casa porque tengo que estudiar el nuevo tema que hay que exponer en clase: ¿Por qué la arena molesta tanto entre los dedos de los pies?
-        ….(Gesto de asentimiento).
-        ¿Te veo mañana y charlamos de nuevo? Tú sabes que me encanta hablar contigo, porque nada más que se escucha ella claro está, Tertuliano.
-        Mmmmmmmmmm......mmmmmmm.... ¡Sí!

Y ahí acabó el encuentro entre Tertuliano y Suplicio para suplicio de Tertuliano.

Su padre, D. Trófimo, era un hombre de fuerte carácter y muy buen genio todo lo contrario a Suplicio madre que era una mujer de muy mal genio y débil carácter.

Trófimo, socio fundador del selecto Club de Pensadores “El Dormitar” y allí se reunía todas las tardes para junto a sus amigos Osorio, Melasio y Eusosio, cumplir con las obligaciones fundacionales: ¡Dormitar!

Después de la “cabezadita” en el cómodo sillón de piel con orejeras tomaban una copita mientras se iniciaba la tertulia del día que así es como se anunciaba en un cartel escrito por el conserje del selecto club:

¡¡Hoy tenemos tertulia! Hablaremos, después de dormitar, sobre este interesante tema: “El ecosistema creado alrededor del moco seco pegado debajo de la silla”. Expone tan interesante disquisición el eminente profesor D. Selecio Mocorranell que ha venido expresamente desde Lérida.

Osorio le preguntó a su amigo Trófimo que si sabía quién era ese “chico” con el que su hija Suplicio hablaba un rato tras salir de clase.

Esta cuestión cogió totalmente desprevenido a D. Trófimo, también algo adormilado, que tuvo que admitir su ignorancia en este tema porque en otros ni se discute.

-        Tertuliano, me parece que se llama. Es hijo de un conocido médico de enfermedades venéreas. D. Serapión de Malasalud. ¡Una eminencia en lo suyo! No aclaró que era eso de lo “suyo” y ahí terminó la conversación.

Pero al bueno de D. Trófimo no se le fue de la cabeza esta cuestión y dicho sea de paso perdió hasta el hilo conductor del moco seco que se refería largo rato D. Selecio. Tras terminar la tertulia de tres horas y media se fue directamente a casa donde entró a voz en grito:

-        Suplicio, ¿Quién coño es Tertuliano?
-   Ella, muy marisabidilla y más repelente que nunca, le contestó: Es un chico extraordinario que deja hablar a las mujeres. Es un sol aunque sea de derechas porque yo, querido padre, me considero contestataria aunque los demás piensen que puedo ser pija y con más cultura que el resto. ¡Soy contestataria!

Trófimo enmudeció, se sentó en su sillón acusando un golpe del que nunca se volvería a recuperar y no era porque Tertuliano dejara hablar a las mujeres, eso entra dentro de la normalidad ya sea por educación o por conveniencia, sino que su hija le había salido una provocadora ¡¡Contestaria!!

Horas más tarde cuando Trófimo y Suplicio se hallaban en el tálamo nupcial le dijo a su mujer con voz muy apagada: ¡Qué engendro hemos engendrado Suplicio! La niña nos ha salido, además de antipática y repelente, una contestataria. Se calló con los ojos acuosos por la decepción y babas resecas en las boqueras.

Suplicio madre gritó calladamente: ¡La mandamos a un internado! Ella no podía permitir que la última descendiente de Baltasar se codease con un bobalicón, medio carajote, y atolondrado por muy de Malasalud que se apellide.

Y se pusieron a dormitar...

Jesús Rodríguez Arias



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