Suplicio
nació en una “familia bien” o al menos eso ella creyó desde pequeñita pues sus
padres se volcaron en su chiquitina.
Hija única,
conociéndola no es de extrañar, siempre fue muy independiente desde su corta
edad, no hablamos de la mental, y aunque ella de pequeña siempre quiso ser
graciosilla no pudo conseguir su objetivo pues al poco resultaba ciertamente
repelente.
A Suplicio,
nombre que ha pasado de generación en generación por parte materna y que le va
como anillo al dedo, su madre cuando apenas levantaba un palmo del suelo le
contó la historia secreta de su familia. Cuando se enteró no le entró hipo que
eso es de pijos sino que enmudeció unos minutos, Suplicio, madre de Suplicio,
estuvo a punto de llamar al médico porque era la primera vez que sucedía, y
desde entonces investiga los orígenes genealógicos que parecen que a la
medianía de su vida están dando resultados de cierta fiabilidad.
Estudió en
buenos colegios, institutos e hizo su carrera universitaria que aunque no la ejercería después, la vida es así, ella
siempre tiene la palabra docta que es lo mismo que decir la última palabra.
Ameniza con
su vasta cultura a todos los que la rodean pues lo mismo sabe que clase de
tinta utilizó Ibáñez para dibujar a Mortadelo y Filemón, que nos habla de la
importancia del refranero español en el ecosistema de las liendres inglesas,
nos relata historias sentimentales con mucho amor o nos dice como hay que
cocinar las judías verdes para que
mantengan su color...
Es un libro
abierto donde la sapiencia y la sabiduría se dan la mano en una sola persona.
Sus amigos, no tan doctos como ella, todavía se preguntan como la RAE no le ha
asignado ya el sillón T, de tostón, mayúscula.
Suplicio, en
demasiadas ocasiones incomprendida, ejerce su labor profesional como alta
ejecutiva en una empresa de gestión internacional, donde mueve muchos hilos, y
no es una mercería, aunque se siente desaprovechada pues lo que hace no es
vocacional.
Fue Suplicio
una niña rara desde su más tierna infancia pues aunque nació calvita que
acentuaba la redondez de su craneo, como todos los bebés, cuando le creció el
pelo vio que sus cabellos eran a dos colores: Media cabeza en negro y media en
blanco.
Su padre, D.
Trófimo, se llevó un susto cuando vio a su hija de tal guisa y miró a su madre
con cierto estupor.
-¡Suplicio! ¿Esto que es? Atinó a decir.
Y es que
Suplicio madre también tiene el pelo con semejantes características aunque los
colores están a la inversa que su hija y ya con los años, lo que es la vida, en
la parte blanca le están saliendo cabellos morenos y en la parte negra pelos
blancos. ¿No son raros?
Era la única
niña en su ciudad que en la época de las permanentes y cabellos cobrizos
entintados lucía mechas, dos para ser exactos.
Un día de
invierno su madre la sentó en su regazo y le contó la historia que albergaba en
su corazón. ¡El gran secreto de la Familia! Aprovechando que D. Trófimo había
quedado en el Ateneo para departir sobre la molécula y sus consecuencias en el
entorno que era lo mismo que verlo con sus amigos tomando unas chiquitas
jugando una partida de cartas y hablando borderíos de las mujeres de los otros
porque las propias son sagradas, tan sagradas que ni se tocan.
Suplicio,
hija, la razón de que nosotras seamos distintas al resto del mundo es porque
descendemos de Baltasar. ¡Y se calló! No hubo el menor atisbo de información
adicional. Cerró los maternos ojos y dio todo por entendido. Así también lo
había hecho su madre con ella y la madre de la madre hasta no se sabe cuando.
-
Trófimo, le decían sus amigos, hay que ver los
raras que son tu mujer y suegra. Tu hija va en camino.
-
Osorio, que de tal guisa se llamaba su mejor
amigo, te debo llevar la contraria porque no son raras: ¡Son rarísimas!
Para
Suplicio la revelación de sus ancestros, que en mi tierra serían todas sus
castas, supuso un suplicio añadido pues siendo del mundo no se consideraba como
tal pues ella era la última descendiente del tal Baltasar que no sabía quien
era pero que seguro había sido alguien importante en la historia de la humanidad.
- ¡Lo
estudiaré! Y ahí sigue, estudiando quién puñeta es el tal “Baltasar”.
Seguiré
escribiendo sobre la historia de Suplicio porque sé que a nadie le dejará
indiferente en un nuevo serial de verano mucho más tierno que el de los
“ropasueltas”. ¿Dónde vamos a parar? Donde se ponga el candor que se quiten los
sobacos llenos de pelos.
En próximos
capítulos seguiros hablando del suplicio de Suplicio.
Jesús
Rodríguez Arias
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