Nació en una familia
numerosísima porque entre sus hermanos, sus padres, sus abuelas y Tita
Encarnación hacían 14 personas y con ella llegó el 15 que según su padre Manuel
era la “niña bonita”.
No cualquier casa mantiene a
15 personas pero si un Hogar. Un Hogar se estrecha y se amplía por los latidos
del corazón y en el de Aurora había para dar y regalar.
Esos 15 se ampliaban cuando
venía Benito y Monserrat con sus cinco niños, sus primos, y entonces el Hogar
acogía a veintidós de golpe y algún que otro porrazo cuando jugaban a la comba,
al coger o al fútbol en la coqueta plaza del pueblo mientras su abuela Dolores
hacía punto sentadita en su banco, el más a la izquierda que siempre cobija un
viejo olmo.
Aurora de siempre fue una niña
feliz pero también una niña muy especial pues de siempre fue lista,
inteligente, muy audaz y se interesaba por todo. Era la primera que esclarecía
algo porque tenía una dotes de observación amén de una gran memoria que le
hacían algo diferente y hasta su hermano Nicolás le decía medio en serio, medio
en broma, que si quisiera trabajaría en Scotland Yard cosa que no sentaba muy
bien a nuestra niña porque ella era española y no inglesa, que ella de ser algo
sería Policía Nacional como su padre Manuel que hacía poco se había retirado
tras haber alcanzado el empleo de Inspector con más de 30 años de servicio a
España y a los demás.
Ahora su padre Manuel está
escribiendo un libro con sus recuerdos, sus historias, su vida… Ya lo publicaré
algún se dice y dice a todos pero en verdad él sabe que eso quedará entre él y
esa cuartilla en blanco que parpadea más de la cuenta en la vieja y barrigona
pantalla del vetusto ordenador que le comprara a su hijo Javier que ya
vislumbraba que la Informática sería su vida.
Más de 30 años de ejemplar
servicio para acabar con una invalidez total por culpa de una dolencia en los
huesos que le impedía el normal funcionamiento de en su puesto de trabajo.
Bueno, hay que almordarse y ahora cuando ya creía iba a disfrutar de sus
madurez con sus hijos bien criados va y nos llega Aurora que en verdad ha
alegrado la casa y desde que la niña está en sus vidas Luisa, su querida mujer,
parece que ha recobrado juventud y junto a su hermana Encarnación, que quedó
viuda pocas semanas después de casarse ya que su marido era un ejemplar Guardia
Civil al que le estalló un coche bomba un fatídico día de marzo en el País
Vasco donde estaba destinado.
Encarnación se quedó para
siempre en casa y aunque es feliz junto a su madre, hermana y esa legión de
sobrinillos creo que nunca llegará a superar el desgarro que supuso la muerte
de su marido, porque ese día no solo estalló el coche que le hizo trizas sino
que murió un amor único, destrozando su corazón por siempre.
Manuel ha recorrido media
España, también visitó lugares donde le recibieron con odio, más que lugares
diría personas, tanto en territorio vasco como catalán.
España, se decía mientras
escribía esa especie de diario, es un lugar donde sus hijos, sus héroes, no son
recordados ni tenidos en cuenta. Aquí dar la vida por la Patria suena a “facha”
que es como llaman todos esos progres que no han progresado en sus vidas salvo
para vivir como reyes aun siendo casi todos republicanos.
Ahora Manuel, una vez
jubilado, se podía permitir el lujo de decir lo que pensaba aunque su
interlocutor fuera esa página en blanco que le interpelaba cada vez que
encendía el ordenador.
Manuel pasa demasiado tiempo
sentado porque los dolores con los años no solo no han desaparecido sino que
han aumentado y algunas veces le cuesta hasta calzarse los viejos y desgastados
zapatos en los que se encuentra tan cómodo.
Ya sus niños más o menos están
bien situados y solo Aurora está terminando de estudiar lo que siempre quiso y
es que la niña ha sido siempre mucha niña…
Tanto su madre, su tía y
abuelas le dijeron que cualquier cosa menos ser policía o guardia civil porque
eso es un continuo sin vivir, que lo han padecido en sus carnes, que se sufre
mucho, que piense si un día quiere formar familia en ella, en la vida que les
espera ejerciendo su madre una profesión que muchos detestan incluidos muchos
de los que se sientan en sillones de gobernantes.
Que se dedique a la
Psicología, que se le da muy bien, un se haga abogado y monte bufete con su
hermano Andrés al que la vida no le va muy mal que digamos, médico no que no
tiene muchas facultades, hasta detective privado soy capaz de pagarte, decía
Luisa, con tal de quitarle esa idea que rondaba de forma permanente en su mente
desde que no levantaba un palmo del suelo, desde que descubrió en el armario
del desván ese impoluto uniforme azul y en una cajita aparte la placa y las
condecoraciones de sus padre, los diplomas, las cartas, los agradecimientos de
personas anónimas a los que él había prestado ayuda en un momento determinado.
¡Maldita sea la hora, se decía su tía Encarnación, que dejara abierto ese
armario que también, en lo más hondo, guardaba el de su marido, el verde
Guardia Civil, el verde Esperanza que unas hienas asesinas convirtieran en rojo
sangre asesinando de una vez a él y a ella…
Pero Aurora es mucho Aurora,
cuando se empeña no hay quién pueda con ella,
y hoy después de muchos años de estudio, de ingresar con las mejores
notas, de ejercer unos años por aquí y por allá, hoy jura como Inspectora de la
Brigada Judicial en una importante Capital de Provincias en España. Hoy Aurora
vestida con su uniforme azul se le ve radiante no por la alta encomienda que
tiene en sus manos sino al ver a su padre, que ha ido a menos cuando más se
acrecentaba la enfermedad, sentado en una silla de ruedas que empujaba su madre
Luisa y que no hacía otra cosa que secarse los ojos de tanta emoción. Emoción
por ver a su hija siendo una ejemplar Policía Nacional, emoción porque cuando
llegó el mismo Comisario Domínguez se levantó de su asiento para saludarlo: Don
Manuel, me alegra tanto verlo, me alegra recibir a un servidor de España, un
miembro ejemplar del Cuerpo Nacional de Policía, un patriota de los pies a la
cabeza… Y la emoción se hizo patente cuando se acercó su Aurora y se agachó
para darle ese beso lleno de amor, de cariño, de admiración…
Mira hija, ahora que te veo
reconozco que mi vida son recuerdos, recuerdos en torno al Cuerpo, recuerdos a
mil vivencias compartidas en esta bendita España. Alargó un sudado cartapacio y
se lo entregó: ¡Aquí tienes Aurora, la vida de un Policía, mi vida, mi diario,
mis vivencias, te lo entrego a ti porque sé que entenderás cada palabra, cada
coma, cada punto suspensivo. Algunas me las callo porque son solo mías pero
esas no importan, no te deben importar, porque debes ser tú quién la escriba en
su momento cuando ya vivas de los recuerdos porque ahora debes caminar, servir,
trabajar por España y por todos sin excepción porque un buen Policía no atiende
a nombre ni apellidos sino que sirve a todos por igual.
Y en ese momento empezó a
sonar el himno, se hizo el silencio, la emoción que es sentido en sentimientos
brotaron en esos dos corazones, de padre a hija, de Policía a Policía…
Jesús Rodríguez Arias
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