Rufo desde niño estuvo al lado
de su padre en el viejo Colmado, esa tienda en la que había de todo, en la que
podías comprar el pan, las alubias, la carne cuando la había, los arencones, el
jamón, las puntillas, el aceite, la sosa, la leche de vaca recién ordeñada e
incluso alguna pastilla para el dolor de cabeza. Sí, Rufo casi no salía de “La
Antigua” que así se llamaba ese lugar de pequeñito local de venta al público
pero de inmenso almacén donde había casi de todo también y de vez en cuando
aparecía algún que otro ratoncillo que era cazado en cuestión de nada por
Chusco, que era el enorme gato que dominaba el almacén como el mejor de los
guardianes.
Rufo creció con una bata color
garbanzo aunque con los años algo más ennegrecida y un mandil, Rufo ayudaba a
su padre Ingelmo que heredó el negocio del abuelo Crescencio y ya iban para
tres generaciones de nobles tenderos.
Tenderos que estaban muy
orgullosos de servir como podían a sus vecinos y lo hacían con creces pues en
los tiempos más duros cuando tardaba la cosecha o las lluvias las echaban a
perder ellos suministraban las viandas que comerían a cuenta sin poner un
céntimo de interés ya que como decía el abuelo Crescencio uno no puede ganar
dinero del hambre de los demás.
Tenderos honrados y buenas
personas que siempre tenían sonrisa amable, esa escucha paciente que al igual
que el confesionario nada salía de allí o ese consejo necesario en el momento
más oportuno.
Rufo vio morir a su abuelo,
que ya no estaba tras el mostrador pero si en una sillita sentado junto al
banco de madera donde ponía ese platillo de aceitunas que sacaba directamente
de la tinaja que había adenro.
Y Rufo fue creciendo al lado
de su padre Ingelmo al igual que “La Antigua” se iba haciendo vieja. Rufo quedó
huérfano a los cuatro años cuando su madre murió de una congestión, su padre
Ingelmo no se recuperó de aquello pues tenía depositado en ella su amor y
también ilusiones. Se resguardó en la vieja tienda y allí siguió a duras penas
con la vida. Rufo estudiaba por la mañana y por la tarde y cuando volvía a eso
de las cinco se metía en el Colmado, se endosaba el batín color garbanzo viejo
y empezaba a trajinar, a ordenar, a limpiar, a… Mientras escuchaba a su padre
atender a la clientela de siempre como Encarnación que le decía que todavía no
había cobrado la pensión pero en cuanto lo hiciera le pagaría el trozo de
tocino que su padre estaba envolviendo, o Carlos, el militar, que pagaba la
cuenta de lo que ya había gastado, o Constancio que delante de todos hacía eco
de la nobleza de su linaje, que viene de Alfonso X El Sabio aunque todos saben
que es el hijo de Periquillo “Tres Muelas” que era ditero en las
vascongadas...Todos los días lo mismo, todos los días diferentes.
Mientras Rufo crecía Ingelmo
hacía lo contrario y eso unido a las pocas ganas que le echaba a la vida el
último pues hizo que el primero se hiciera pronto cargo de “La Antigua” pues su
padre siendo todavía joven era ya muy viejo.
¿Se puede morir de melancolía?
Rufo sabe que sí porque así murió su padre Ingelmo esa mañana que fue a
despertarlo para irse los dos al Colmado. Estaba sentado en la mecedora de
siempre, con el rosario de madre en la mano. Su rostro al fin mostraba
felicidad y sería porque sabía, en ese último momento que todos tenemos, que
vería a su querida esposa que murió demasiado joven de una congestión.
A los 19 años se vio Rufo
solo, huérfano, y al frente de “La Antigua” el negocio familiar y en él se
aferró, hizo un poco como su padre, para huir de una casa, de un hogar, que
solo le traía recuerdos de tristezas.
Acababa de cumplir los 23 y un
día soleado del mes de agosto entró una joven muy pizpireta, muy guapa, con una
sonrisa que ofrecía felicidad. Le preguntó si tenía elementos de limpieza ya
que su familia se había trasladado y habían comprobado que su nueva casa
necesitaba un escamondado y algún que otro remiendo. Le dio las gracias cuando
le puso todo lo que él sabía podía ayudar a esa familia y tras pagarle se fue
con tenga usted buenas tardes señorita.
Volvió al día siguiente, iba
junto a una señora más mayor que al final fue su madre, supo que se llamaba
Rosalía, que tenía 21 años, que era de la capital y para colmo la hija del
nuevo sargento de la Guardia Civil que llevaba el mando en el viejo Cuartel.
Rufo al fin tenía una ilusión,
la primera en su vida, pues se había enamorado de esa chiquilla que tenía un
nombre tan bonito y tan sonoro que solo eso daba alegría a su vida. Pero también
se convencía que él no era digno, que era un simple tendero para una señorita
que según le dijeron era maestra y que cuando se jubilara Doña Encarnación ella
se pondría frente a la pizarra a enseñar a los niños, que ya ayudaba unas horas
al día a la vieja maestra que era sabia y culta pero también muy mayor.
Y Rufo solo tenía los estudios
primarios que sacó a duras penas entre sacos de harina, chorizos de matanza,
aceite de oliva, puntillas de distinto tamaño, e incluso pastillas de Okal…
Rufo se hizo muy amigo, venía
a la tienda a echar unos vinos, del hermano de Rosalía, algo mayor que ella,
que era ingeniero de caminos y acababa de aprobar unas oposiciones que lo
llevarían para Logroño o por ahí… Sebastián le dijo que si le gustaba su
hermana, se decidiera pues ella lo miraba con buenos ojos, que lo veía un
hombre íntegro, bueno, un caballero. Rufo no supo nunca lo que era sentir Amor
porque él se dedicó a cuidar, a su manera, a su abuelo Crescencio y a Ingelmo,
su padre. No tuvo niñez, juventud, no jugó a la pelota con el Adrián o Repeto,
no salió con chicos porque su vida terminaba donde empezaba “La Antigua”…
Pero un día de esos menos
pensados se atrevió y dio el paso y después de cinco años de novios formales
pasaron por el altar de su pueblo donde se casaron.
Hoy Rufo está contento, de eso
ha pasado una vida entera, ahora ya las canas las peina, rozando la cincuentena
es un hombre Feliz junto a Rosalía su mujer y sus cincos hijos. Hoy está
contento y piensa dejarlo todo para estar con su hijo Julián que toma despacho
como Guardia Civil, siguiendo la tradición familiar pues su abuelo lo fue,
murió hace dos años, y su tío José también.
Rufo con los años se ha
convertido en un hombre muy sensible, es lo que tiene el amor, y se emociona
mucho. Hoy es un día muy grande para la familia pues Rosalía está emocionada
porque ellos llevan la sangre verde transitado por las venas y aunque preocupada,
no podía ser de otra forma, sabe que su hijo será muy Feliz en esta gloriosa y
Benemérita Institución.
Hoy ha sido un día muy feliz y
ya cuando regresan a casa le dice a su mujer que tiene que ir a “La Antigua”
porque a esa hora viene Doña Pepa por el cuarto de harina para hacerse la polea
de cada noche y que quiere estar él porque este mes también la pensión no le ha
llegado.
Rufo es Feliz, lleva años
siéndolo junto a Rosalía y sus hijos pero también por el cariño que le
dispensan sus vecinos que saben agradecer tantos buenos gestos y detalles
llenos de humanidad que su familia ha ofrecido de generación en generación.
Rufo es Feliz porque su tercer
hijo también llamado Rufo ha decidido continuar con la saga de tenderos de la
familia que ellos llevan tan en la sangre.
Jesús Rodríguez Arias
Nota: Con este artículo vuelvo
a abrir mi ventana de los viernes que estos primeros meses del año en vez de
hacerlo de forma semanal lo haré quincenal para no cansar demasiado y que todos
esperéis con ganas estos particulares relatos, estos artículos, esta forma que
tengo de decir las cosas. ¡Muchas gracias por vuestra confianza!
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