¡He llegado a casa to magullá!
¡Viajé en balde!
Este pasado finde he estado
allá por la montaña buscando al amor de mi vida que era ese policía que me
desvirgara siendo yo mocita. ¡No he dado con él!
Llegué el viernes toda estrosá
del viaje en la baca de un tractor. Me dolía tó, los riñones no los sentía, mis
delicadas piernas ni podía moverlas, hasta las paletas se me movían que me
hacían hasta vieja.
El conductor me cogió por el
cuello y me soltó cerca de una curva. Menos mal que iba agarrada a mi pequeña
maleta donde llevaba dos trajes de noche, ninguna muda y dos picardillas.
¡Qué caloooooo!
El alquitrán de la carretera
quemaba mis lindos pelos, tenía sed, me moría por fuera, por dentro, y en el único
paraje con follaje me adentré con alguna que otra esperanza de encontrar a mi
amore…
Ví un recinto totalmente
cuidado con un fresco césped, sombrillas y una piscina deliciosa. A esa hora
había muy poca gente porque hay que decir que era la hora de más calor, en el
cercano bar se escuchaba alguna que otra vez tomando una cerveza.
¡Quegustomásgrandeeeee!
Me senté en la sombrita, saqué
de mi maleta unas sabrosas bellotas, y me dispuse a esperar a mi policía que me
montó allá en el Canadá pues me dije que seguro iría allí a lucir palmito…
De pronto, tras comprobar que
nadie ya había, me acerqué a la piscina que se veía fresquita, azul, limpia, me
lancé a los Raquel Güillians esa…
¡Ohhhhhhh! ¡Que buena
estaaaaaá!
Si os digo ya ni me importaba
el policía montada del Canadá, me sentía una reina en su palacio…
De pronto cuando cerré mis
lindos ojillos porque había conseguido el karma necesario sentí un palazo en tó
mi cuerpo que casi me hunde. ¡¡Una rata, una rata!! Gritaba desconsolada una
niña a su madre mientras el socorrista me intentaba ajogar.
¿Una rata yooooo? ¡No, hija,
soy ARDILLONA!
Y salí como buenamente pude
para traspasar los setos con más pelos que vergüenza.
Eran las cinco de la tarde,
caía un lorenzo que quemaban mi pies de forma dolorosa. Transitaba por las
calles casi asfixiá, quería preguntar a algún lugareño donde podría encontrar
posada, para esperar tranquila a mi amor, para descansar en mi morada…
Una señora se asomó, me vio,
cogió una escoba y empezó a vapulearme toda al grito de ¡¡rata asquerosa!!
Me pude escapar como pude
mientras le gritaba que no era rata, que era Ardillona, que buscaba a su
policía montada del Canadá y que lo demás me sobra…
Al final llegué al resort que
había alquilado al Sr. Buitre Leonado. La verdad es que la buitrera n.º 2 tenía
magníficas vistas y podías tocar hasta el cielo. Dormí a pierna suelta toda la
noche porque entre escobazos y la baca del tractor estaba estrosaita.
Al mediodía del sábado me
desperté muy ufana, me puse de pie y me dolieron todos los pocos pelos que
todavía adornan tan bello cuerpo. Hacía un calor insoportable. Cuanto de menos
echaba el lago de las nutrias…
Me asomé a la puerta de mi
apartamento leonado y agudicé la vista: Lejos pero más cerca de que le he
tenido desde que me abandonara allá por el Canadá estaba mi policía. ¡Qué
donosura! ¡Qué fineza!
Llevaba sombrero de cáñamo, no
de fieltro, polito de verano, no casaca de medio cuerpo, unos pantalones de los
llamados vaqueros a media rodilla, no los bombachos, y en vez de botas altas
unas babuchas de esparto.
La verdad es que no era el
mismo mocetón que me quitara la mocedad…
Ya se veía que había cumplido
años, que estaba algo más rechoncho, pero mantenía esa hidalguía para tocarse
los rizos que apenas ocultaba bajo el veraniego sombrero de Cáñamo.
Con la ilusión me tropecé y
rodé por toda la montaña. Quise verlo, tocarle, besarlo, enamorarlo como lo
enamorara cuando en vez Ardillona era ardillita moza y guapa. Cuando estaba en
el suelo, mientras un perro me olisqueaba y se meaba encima mía, escuché que le
llamaban Sheriff y ahora lo tuve claro: Había ascendido y ahora, que ya está
más depauperado, imparte la ley con sonrisas y gorrazos.
Fui auxiliado por el buitre
leonado que me alquiló el resort y mientras me llevaba con urgencia al Doctor
Salamandra me decía que no me iba a devolver nada de lo estipulado en el
alquiler pues esta caída era cosa mía…
El Doctor Salamandra me trató
con frialdad mientras me miraba con ojos saltones. Me puso un emplaste de
larvas de moscas verdes de Persia que me costaron todos mis ahorros y me
pusieron de patita en la calle.
He tardado una semana en
volver a casa: Estoy estrosá y no es por Borriquete, estoy estrosá y arruiná
para que no me haya traído ná de ná…
Ahora estoy en casa, con la
pata subida, y magullada, también herida y no por el ardillazo sino porque no
he hablado con mi policía, que ya sé que es Sheriff, y prometo intentarlo otro
día…
Hoy he recibido una llamada de
mi hija Ardi. ¡¡Se casa con Oso Hormiguero!! Y que quiere invitar a Gema,
íntima amiga de su hermana Ardicandidez, quiere invitar a Encarna, la enamorada
de su hermano Ardillesco, quiere invitar a sus primas sorianas para que también
venga Manel, quiere invitar a la mujer que ama con pasión su querido padre Don
Ardillón, quiere invitar al policía del Canadá pues sabe que lo quiero una
jartá pero no quiere invitar a su ex-pretendiente porque oso es muy celoso y el
primero le da un tembleque que llora como un mozo.
¿Qué queréis? Me he
ilusionado…
Ya me veo del brazo de mi
Sherifff, con su pantalones vaqueros, su sombrero de cáñamo y la placa en el
pecho y la pistola a un lado…
Jesús Rodríguez Arias
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