Tenía no sé cuantos años, ya
ni se acordaba, el tiempo había pasado demasiado deprisa como suele pasar. No
sabe ya cuantas casas ha conocido, cuantos nuevos amigos han llegado y se han
ido para nunca volver, ya no pone caras sino recuerdos y estos poco a poco se
van haciendo más difusos.
Ahora, con los años, le cuesta
incluso moverse y como dice la nietecilla Flora cuando le habla al oído: ¡Es
que te has hecho un comodón! ¿Comodón, yo? Si antes era capaz de saltar de
tejado en tejado y mi equilibrio era admirado por todos. Pero eso fue hace
mucho, cuando era un mocetón.
Mi familia vive en torno a la
Guardia Civil, mi “padre” lo es y se le ve tan apuesto con su verde uniforme
salir todas las mañanas, tardes o cuando se encarte cada vez que entra de
servicio. Un “hermanito” acaba de salir de la academia y ya también viste de
benemérito verde aunque ha sido destinado un poco lejos y solo puede venir en
fechas muy concretas. Yo hubiera arañado por ser Guardia Civil y no he entrado
por los “pelos”.
Mi “mamá” me dice muy cariñosa
que para ella también lo soy, que pertenezco al Cuerpo en la que nuestra
Familia ha servido durante varias generaciones, que no he podido ser por lo que
no he podido ser pero que mi corazón es verde. ¡Qué buena es!
Lo que más me fastidia es
cuando “padre” viene con uno de esos chuchos a los que está enseñando a ser
Guardias Civiles. Se le ve tan orgullosos de ellos y ellos con tan dignos
andares que parecen que van a que le pongan una medalla. ¡Si no lo digo me
araño!
Algunas tardes de invierno al
calor de la chimenea “padre” me ha dicho que le hubiera encantado que hubiera
sido Guardia Civil pues tengo un sexto sentido que “otros” no tienen. Después
se acerca con cariño y se dice a si mismo que “lo que no puede ser, no puede
ser y además es imposible” y me deja para irse a su despacho donde está
escribiendo un artículo sobre su mayor vocación: La Guardia Civil vista por un
guardia civil.
Ya le quedan muy pocos años de
servicio, ya ha llegado a lo más alto en el escalafón que ha podido llegar, ya
luce más medallas, placas en su pecho que muchos generales de esos que algunas
veces vienen a comer a casa pues si de una cosa caracteriza a “padre” es que es
una gran persona y mejor Guardia Civil.
No suelo comer con ellos pero
si los veo y escucho desde el lugar en el que siempre estoy y más desde que me
duelen hasta los pelos. Serán achaques, serán los años, pero que molesto es
esto de ir creciendo y haciéndose mayor.
Antes soñaba que iba con
“padre” en su coche junto al resto de sus compañeros, que nos acompañaban dos
perros de la Benemérita y que íbamos hacer un rescate peligroso donde el valor
y la destreza van cogidas de la mano. Soñé que los perros salieron presurosos
en busca de las víctimas de ese accidente en medio del bosque, que detrás iba
“padre” y resto del equipo, todos serios y preocupados por lo que pudiera
ocurrir. Soñé, lo que tantas veces he conocido que ha sido verdad, que “padre”
ha expuesto la vida para salvar las de los demás y que por eso luce a orgullo
muchas de esas medallas que iluminan su uniforme de gala porque no son simples
reconocimientos sino vidas salvadas una a una, vidas que han continuado con su
vivir y ahora disfrutan de lo que si no está “padre” o algún miembro de la
Guardia Civil habría sido cercenado del tirón.
Bueno, que me voy en pensamientos
y me pongo a divagar. Eso tiene el estar tanto tiempo solo mirando por la
ventana casi acurrucado en el butacón.
Soñé que utilizando ese “sexto
sentido” que padre dice que tengo me encaminé por un sitio por donde ni iban
los perros y tampoco las personas. Esa intuición que me es innata me llevó a
una especie de cueva, a unos metros donde se había producido el accidente, y
allí me los encontré heridos, magullados, ateridos y muertos de miedo. Avisé
alzando la voz lo más que pude y en poco tiempo los equipos de salvamento
hacían de las suya para rescatarlos sanos y salvos.
Soñé que me felicitaron, que
me pusieron una medalla que también pondría en mi verde uniforme, que padre
estaba emocionado de orgullo y mamá de emoción y que los chuchos me miraban con
esa altanería como diciendo que había tenido “la suerte de los principiantes”.
¡Qué sabrán ellos! ¡Si soy y me siento Guardia Civil desde que no cabía en una
mano!
Soñé que me desperté y que
todo era un sueño. Me entristecí tanto que mis ojos azules empezaron a brillar
más de la cuenta y como no quería que nadie se diera cuenta me hice el dormido.
Bueno, soy consciente de ser
lo que soy, de ser quién soy, de lo que sirvo y para lo que no...
Aunque siento envidia de los
perros, esos héroes de cuatro patas, pues ellos si pueden serlo y yo ni
siquiera puede intentarlo.
Yo también me hubiera
encantado lucir el emblema del Cuerpo pero como soy un gato no puede ser aunque
os diré que mi Familia es la Guardia Civil y aunque por los años casi no me pueda mover, me emociono cuando veo salir
cada mañana a padre con su verde uniforme y ronroneo en mi butacón al calor de
esa mantita verde que me hizo un día mi mamá con el escudo que llevo en el
corazón que me regaló un 12 de octubre, que es cuando dicen que nací, mientras
me decía que yo también era un pequeño miembro de esta gran casa que es la
Guardia Civil.
Jesús Rodríguez Arias
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