Lleva
ya 30 años y con 54 recién cumplidos espera que esta vez sea la definitiva, que
ya se va haciendo mayor para cambiar, que ya uno quiere quedarse en un sitio
quieto y la Familia también necesita esa estabilidad.
Mariló
sabía a qué se exponía cuando empezaron a salir, cuando se casaron, pues
también ella era digna hija de su padre y sabía desde muy temprana edad lo que
era ir de un sitio para otro.
Mariló
nunca echó nada en cara pues desde que su madre Angustias la tuviera en sus
entrañas notó lo que es recorrer kilómetros.
Primero
vino Julio, el mayor, después Cándida y por último Anselmo como el abuelo. Tres
eran tres y los cinco caminaban juntos por estos pueblos de esta bendita España
ya que cada cierto tiempo, cada ciertos años, tenían que llevar una vida algo
más itinerante de lo deseado y deseable.
Con
los años estudió, se formó y ahora luce las tres estrellas de capitán. Sabe
bien a las claras que serán las últimas que alcanzará pues en unos años pasará
a la reserva y entonces toda su vida será un recuerdo, el suyo, el de su
familia.
Piensa
que este ya será su penúltimo destino pues va a un pueblo grande y tendrá a su
cargo toda una populosa comarca. No es la primera vez aunque espera que ya sea
la última.
Los
niños, como él los llama, ya se van haciendo mayores y el primero este año
empieza la universidad. Quiere estudiar Química pues algún día sueña con llevar
una bata blanca dentro del Cuerpo. Ya está matriculado y marchará a Madrid, ha
conseguido una gran nota, para pasar los años que dura la carrera.
Cándida
y Anselmo son los que se instalarán en su “nueva” casa aunque Julio tendrá su
cuarto siempre a su disposición porque la vida es como es y siempre es bueno
que sientan que la Familia siempre está.
Recuerda
junto a Mariló sus primeros destinos, algunos tenían la categoría de
cuchitriles aunque con la ayuda de los demás conseguían crear un hogar y que fuera una hermosa casa.
Esta
vez le han prometido que será algo mejor que no solo será habitable sino
medianamente bonita.
Ellos
llevan sus “cuatro” cosas pues a lo largo de la vida se han acostumbrado a
vivir con la maleta siempre hecha.
Los
peores destinos sin lugar a dudas cuando les tocó las recónditas tierras vascas
en los peores años del terrorismo etarra, el asco que sentían de los
indeseables que los rodeaban, el desprecio que sentían de una gran parte de la
sociedad y la orfandad que lloraban cuando iban a ver al párroco de turno y los
trataban como si fueran despreciables lobos con disfraces de ovejas.
Esa
es una realidad que ahora está siendo superada, la mayoría de la sociedad
piensa de otra manera y la Iglesia es una en la defensa de las víctimas. Todavía
existen algunos que tienen podridos el corazón y aunque se hayan quitado ese
“pasamontañas” manchado con la sangre de los chismes, los insultos, los
desprecios, de señalar con dedos y miradas a sus próximas víctimas llevan
emponzoñado el mismo alma y genéticamente, por más paz que pueda reinar, son
unas malas bestias. ¡Dios los perdone, decía Mariló, cuando se encontraba con
esa huidiza mirada que antes nos había condenado!
Él
intentaba perdonar pero no podía ni siquiera llegar a olvidar y todos saben que
lo uno sin lo otro no existe. ¿Pero cómo va a olvidar tanta sangre inocente
derramada? ¿Cómo va a olvidar al hijo de Antonio al que sacó muerto de una
explosión? ¿Cómo olvidar el peso del féretro de su amigo del alma asesinado con
un tiro en la nuca?
Habrá
paz pero no todos somos iguales. Habrá paz pero esta será frágil cuando los
sanguinarios asesinos dicen a diestro y siniestro que no se arrepienten de sus
asesinatos, que se enorgullecen de haber ejecutado a tantos en favor del
“ideal”. ¡Bastardos! ¡Eso no es Paz, no lo olvidemos nunca!
Cierra
los ojos humedecidos en lágrimas y quiere pensar en otra cosa, en los
kilómetros que quedan para llegar, en el instituto de la niña y en el colegio
de Anselmo, en cómo será la casa, la gente, los vecinos y si será capaz de
empezar de nuevo afrontando nuevas responsabilidades a su edad, con todos los
achaques que ya conlleva consigo. Prefiere pensar en todo antes que en lo que
estaba pensando.
Llegaron
cuando la noche se había instalado, lo recibió el teniente con la marcialidad
de siempre y el respeto afectuoso del que está y acoge al que viene. Les enseñó
su nuevo hogar, que en verdad era muy bonito y con buenos muebles del anterior
capitán que dejó todo pues también había tenido muchos destinos con consideración
de “cuchitril”, los llevó a cenar donde mejor se comía en el pueblo que además
estaba a dos pasos de la Casa. Antes le había presentado a la mayoría de sus
vecinos que se ofrecieron para lo que hiciera falta como no podía ser de otra
forma.
El
despacho, mi Capitán, mañana que ahora tiene que descansar, aclimatarse y cenar
porque como decía mi abuela “para sentir es necesario comer”.
A la
mañana siguiente volvería a empezar en un nuevo lugar, con una nueva
responsabilidad, con las tres estrellas de capitán que le conferían la
autoridad en esa zona y con la misma ilusión, aunque pareciera mentira, que
cuando empezó.
Y es
que lleva una vida entera en la GUARDIA CIVIL y eso se nota...
Jesús
Rodríguez Arias
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