Su mirada
destilaba un odio infinito. Hundido en su mullido escaño azul se fue
haciendo pequeño, nimio,
insignificante... Sus ojos inyectados en sangre impedían su total disipación.
Se había ido esfumando como una pequeña nube bajo un cielo azul y luminoso.
Doce minutos, los más brillantes del parlamentarismo español del último cuarto
de siglo habían bastado para arruinar su carrera política. Seguiría como
vicepresidente segundo del Gobierno hasta su entierro definitivo en las
autonómicas madrileñas, pero el veintisiete de mayo de 2.020 el rejón era de
muerte. Inteligente y mordaz, Cayetana Álvarez de Toledo le obligó a mirar su
propio retrato. Como hiciera O. Wilde con Dorian Gray, en él se desvelaba con
nitidez su zafiedad, su torpeza, su dogmatismo, y su maldad.
En un casi desierto parlamento García Egea aplaudía sin entusiasmo, incluso con desazón. La mediocridad soporta mal la brillantez del subordinado. De la mano de Casado la ambición desmedida y la estupidez se habían sentado en la Secretaría General.
La Teodocracia descabezó a Cayetana sin pudor,
pero el destino, caprichoso, le regaló un clon en la Comunidad de Madrid. La
nueva estrella venía respaldada por la mejor gestión de la pandemia en Europa y
arrasó en las urnas. Fervor popular. Algo insoportable para la envidia
insidiosa. Como la vereda acaba pero el tonto sigue, en un erre que erre
preñado de malas artes, Caín, la acabó liando y dinamitó el partido.
Rilke nos
regaló una frase muy apropiada para el centro derecha en los tiempos que
corren, " convierte tu muro en un peldaño".
Osea, dimisión de la cúpula, gestora, congreso extraordinario y renovación total.
Nuevos líderes
formados, inteligentes, honrados, valientes y con carisma. Políticos
"deseables" que ilusionen con un mensaje liberal, claro y optimista.
Con coraje y habilidad para colocar a la
chusma que hoy nos gobierna delante de su propio retrato.
España necesita otros doce minutos. Manos a la obra y que Dios reparta suerte. Falta hace.
José María Bohórquez
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