Don Anatolio se levantaba cada
mañana cuando la madrugada pasaba a tarde sin el menor rubor. Don Anatolio se
había criado en una familia bien y después también.
Ejercía como corregidor de
letras pobres en la editorial que su abuelo, gran bibliografo, le dejara a su
hijo primogénito nada más nacer. Don Obdulio, que así se llamaba el patriarca
de esa afamada familia, siempre tuvo claro que había letras ricas y letras
pobres teniendo las primeras todas las oportunidades en su sacra casa.
Don Obdulio, que murió joven
cuando solo contaba los 96, dejó todo el negocio a su hijo primogénito y único
porque los demás dicen que fue de Juan el portero de la finca de al lado que
supo poner el punto sobre la i de su querida y reprobada esposa Cirila.
Don Melquisedec, que así se
llamaba el vástago de Don Obdulio, se hizo cargo enseguida de la dirección de la editorial en
la cual escribían tres y copiaban el resto. El afamado relator Doctrino del
Racimal se hizo cargo de las letras ricas y su hijo Anatolio de las pobres pues
no había escrito nada en su vida y para eso sí que tenía buen ojo.
Un día de esos que no se
esperan Anatolio conoció a Goselino, que era escritor fino, y entablaron una prodigiosa
relación que dio mucho que hablar y más murmurar. Goselino escribió su famosa
enciclopedia de la osa perdida, que fue un éxito de ventas en todas las oseras
conocidas y por conocer, y aunque vendió mucho no ganó nada pues Anatolio,
listo como él solo, se puso de autor en vez el otro.
De la noche a la mañana fue
considerado un experto en estos temas e invitado a pronunciar breves
conferencias con pingües beneficios.
Anatolio, para mantener eso de
las formas, casose con la Señorita de Triste Gracia aunque no consumó el
matrimonio pues esta se escapó con su amigo del alma Goselino que en afán de
venganza lo dejó solo, cornudo y apaleado.
Él no podía ir a contarles sus
penas a su padre que bebía de las hojas del caracol porque de nuevo se había
enamorado de la cupletista Serena Truhanes por lo que decidió seguir al frente
de letras muertas eso sí ya como un afamado escribidor.
Pronto conoció al que sería el
gran amor de su vida: Una chica venida de lejos llamada Fuchinga Corta.
Le propuso matrimonio y se
casó de inmediato. Don Melquisedec pagó la boda y se fue a vivir solo con las
coplas cupleteras dejando a su hijo el negocio de la editorial que ya contaba
con sus añitos y con más empleados que hace un decenio.
Una vez sentado en desgastado
sillón familiar hizo salir por donde había entrado al vanidoso Doctrino que
decía una vez y otra que él no había sido.
Encargó la alta
responsabilidad de lector de "tostoncritos" a eminente Segismundo Del Mapa Mundi
que había llegado de las islas aunque nunca se había movido de su casa.
Dativo, en afamado
comunicador, fue contratado para expandir la marca que pasó de llamarse
Editorial de Afamados y algún desconocido SAL a Anatolio Editores aunque en
verdad solo hubiera un solo editor pero eso quedaba más “in”.
Gastó todos los fondos para
las pensiones de los trabajadores en exportar publicaciones al Tumbuctú donde
afilan las lanzas con las hojas de las enciclopedias sobre los galápagos.
Gracias a su esposa tuvo
descendencia del camillero del balnerario al que iba cada cierto tiempo a
equilibrar los desajustes emocionales que tenía. Él se quedaba en su despacho
escuchando la serenata intranquila mientras bebía una copa de enjuagues y
pensaba en su Goselino, su amigo y mejor conocedor de los osos.
Anatolio, nunca lo quiso
reconocer, tenía una sexualidad muy definida aunque a él no le gustasen ni el
femenino tampoco el masculino pues en verdad era invertebrado.
La prestigiosa sociedad de
asexuados “Los Melindrosos” le nombró hijo de su madre sin carácter
retroactivo.
Con los años volvió a
escribir, pero ya algo suyo, ya algo salido de su puño, pluma y tinta, y pronto
se convirtió en éxito de ventas y algún que otro restaurante.
“Ser sin ser” fue su libro
autobiográfico donde hablaba, a modo de memorias, de su Goselino, de la
despechada de su primera mujer, muerta de su vida cuando escapó con el primero,
de su relación afectiva con su esposa Fuchinga y los 16 vástagos que fueron
concebidos en el balnerario, de su vida en las oseras buscando el oso perdido,
de la asexualidad de su familia que viene de antiguo cuando su padre se enamoró
de los cuplés de la cupletista que nunca llegó a conocer, del rápido
fallecimiento de su abuelo a la corta edad de los 96 mientras cortejaba a una
mosca de caca...
Vendió lo que vendió pero le
hizo reconocido y renombrado en círculos ajenos. La gente ya lo reconocía por
la calle y le pedían autógrafos al vendedor de toallas de la esquina. Eso hizo
que su autoestima subiera y se creyera alguien en estos de las letras. Presentó
su obra a uno de los mejores y prestigiosos premios internacionales que se
llevó del tirón y en la cena de gala de entrega del citado galardón llegó
emocionado mientras decía que no merecía nada pero que no le extrañaba tal
concesión debido a que él era el mejor además del único que sabía escribir en
su casa.
Don Facundino Piel Pellejo,
presidente del jurado, le hizo entrega del famoso, prestigioso y prestigiado
premio Anatolio Editores a Anatolio que era el dueño de la obra y la editorial
mientras sonaba un mudo y silencioso aplauso de los comensales que se afanaban
en tomar un pequeño canapiés de huevecitos de avestruz con sandía del Senegal.
Anatolio, muy emocionado, dijo
que donaría el millonario premio a su santa casa mientras los fotógrafos se
esmeraban para que al día siguiente saliera como los cánones mandaban en los
codiciosos y codiciados “EGOS DE SOCIEDAD”.
Jesús Rodríguez Arias
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