Berraca era el nombre que le
había puesto Ligorio a su hija porque lloraba a gran volumen. Él no pensó que
eso sería un castigo para tan chillona criatura pues lo que no le iba a poner
en la vida es nombre de santo pues era ateo de los de toda la vida aunque de
chico era el reponehuevos en la granja del Tío Salustio.
Berraca sacó ese defectillo
que afectó a todas las féminas de su familia y aunque ellos no creían en el
sexo sino en el género pues su amigo y camarada Lenin Tomás le había dicho por
activa y por pasiva que todo eso era por culpa del “heteropatriarcado”, que se
fijaran en su unidad familiar donde su mujer ya no lo era, su hijo se llamaba
Rosita y cantaba en una orquesta los veranos por la costa y su hija Ernestina,
que de siempre fue una guapura, se enamoró de Calixto, camarada de la vieja
Cuba, y después de separarse de él decidió hacerse gato de porcelana y allí la
tiene sentadita en el salón mirando un punto fijo como si nada.
Pero Berraca de siempre se
consideró lo que en realidad era: ¡Mujer!
Y por lo tal tenía una
enfermedad congénita que se heredaba de madre a hija de generación a
generación: ¡Sufrían de incontinencia! Dicho de otro modo, tenían el muelle
flojo y todos los días a todas horas sentían esa imperiosa necesidad de hacer
pipí.
La abuela Salustiana se ponía
unas gasas que ella misma se cosía, la madre María, llamada la Cacaruca, aunque
también las usó le cogió el tiempo de las modernas compresas y la niña Berraca
ha dicho que ella le quiere dar libertad a su toto y por tanto lo lleva al aire
y la pobre gotea más que un grifo viejo al que le falla la zapatilla.
Berraca no seas burra, le
gritaba su progenitor A dícese de Ligorio o Berraca no seas cochina que le
gritaba el progenitor B o Cacaruca. La abuela Salustiana no decía nada pero se
santiguaba a escondidas.
Pero Berraca ya había tomado
una dirección en la vida, había decidido hacer un círculo de su existencia,
había conocido a Marcial y Dona que eran ropasueltas y desde hace un tiempo son
un trío la mar de bien avenido.
Berraca es una gran defensora
del toto libre, del sangrado libre porque ella, como todos los ropasueltas, se
pasan la libertad por el mismo pototo.
Al tener serios problemas de
incontinencia tiene que hacer pipí a cada instante o por lo menos llevar la
necesaria gasa que la proteja de tan molesta eventualidad. Ella que ama y
“mama” la libertad de género dice que no se va a pasar por el chocho a quién ha
decidido por libertad propia el ser gasa o bragapañal. Eso tiene ser género que
con tanto respeto no se llega a respetar nada y menos a nadie.
En el pueblo todos la conocen
como Berraca “La Meona” debido a que lo hace cuando le sale de ahí en cualquier
momento y situación. Lo mismo en un concierto, que en un almuerzo o en una de
esas orgías que ella es asidua donde hay hombres, mujeres, gatos, perros y
hasta figuritas de cristal de bohemia.
Pero esa fama de “puerca” se
finiquitó desde que entró a formar parte de la dirección del círculo ropasuelta
de la comarca que entre 18 pueblos hay en total 6 militantes porque es verdad
que todos son muy rojos pero ninguno morado, todos son muy de izquierdas pero
gente decente y no los “maleantes” apestosos que siguen a un tal Pablo Manuel
como si fueran de una secta de esas.
Berraca era la coordinadora de
estrategias y diversidad. Consiguió un puesto de concejala gracias al acuerdo
con el Movimiento Ecologista “La Pulga” y el partido separatista “La Linde es
Nuestra” entrando a formar parte de la diputación provincial con el cargo de
portavoz de la diversidad de género andante y por andar.
Gracias al protagonismo
público que fue adquiriendo, gracias a las chorradas que decía y el charco que
se producía en cada intervención fue aupada al Congreso de los Diputados por la
provincia de Sebastopol. En tiempo récord se encontró con su líder Pablo Manuel
con el que discutía la estrategia a seguir en cada momento pues todos sabemos
que los ropasueltas no tienen mensaje y discurso fijo sino que cambia ya que
todavía no están lo suficientemente Maduro.
Berraca ya ha interpuesto más
de una docena de denuncias de acoso sexual hacia chicos que estaban sentados en
una terraza con las piernas abiertas o se dirigieron a ella para preguntarle no
sé que calle. Ella por eso y más se sentía violada, que no penetrada, porque el
machismo impera en esta arcaica sociedad. A ver cuando viene alguien y acaba
con los hombres de una puñetera vez, decía y se decía sin que nadie la quisiera
escuchar.
Después de tener una relación
sexual que no afectiva con el Anselmo, que era el ropasuelta que vivía junto a
ella en su casa okupada, decidió que ya no quería más miembros sino las
miembras por lo que pasó a formar parte del colectivo femi-nazi-radical
“Clitoreando” que en ese momento estaba con la campaña que tanto dio que
hablar: “¡Queremos a la vagina en el lugar que le corresponde!” y a la cual ya
se han adherido todos los políticos de circo que nos rodea.
Han decidido ir a una Iglesia
y profanarla porque ellas que son valientes y eruditas, saben que los
cristianos no hacen nada y además las perdonan. Jíbara, la amiga de Berraca,
que es mucho más revolucionaria que ella aunque mucho más imprudente y además no
gotea dijo hacer ese plante también en una mezquita. No os podéis las caras que
se les pusieron a las de “clitoreando” entre el asombro y la incredulidad:
¡Anda, Jíbara, que nos han hecho los pobres moros para que los insultemos! Y
así quedó ese conato de encontronazo.
Berraca fue la encargada de
defender la ponencia: “Lo digital no es solo del mando a distancia” que
firmaron todas las de “clitoreando” y que luego asumieron los ropasueltas de
todos los lugares menos de Irán.
Ligorio y la Cacaruca están
cada vez mas avergonzados de su hija. No nos ha salido proletaria y menos
antiyanqui sino una ropasuelta además de asquerosa. Ellos le retiraron la
palabra, para mantener su integridad, pero no la cuenta bancaria donde la
“niña” ingresaba “religiosamente” la cantidad de 4.000 eurillos de nada para
ayudar a sostener a esa familia de comunistas que ya lucían un
“rojo-amoratado”.
Berraca ya no volvió por su
pueblo nunca más, se instaló en un corralito que le cedió la Yaya Cármena en el
centro de Madrid y aunque de vez en cuando viajaba a Venezuela en clase de lujo para aprender democracia de
manos de Maduro y su pajarito, ella siempre iba en autobús que le permitía el
no llevar bragas, gotear tranquilamente y cuando no podía más bajaba y meaba
donde estuviera ya sea campo o ciudad, calle, avenida o acequia.
Pero pasó lo que tenía que
pasar. De tanto “clitorear” se le ajustó el muelle del pototo y ya no volvió a
gotear como si fuera un aspersor roto.
¡Desde entonces nada fue
igual!
Jesús Rodríguez Arias