Después del
“sablazo” del chiringuito del otro día y de la desagradable e inoportuna
definición que le dio el encargado de aquél a la alta responsabilidad que
ostenta en la incipiente “Nación” Catalana ya no ha vuelto a poner un pie por
allí.
Ha aprendido
que la playa no puede ser un lugar, un espacio, un hábitat donde permanecer
durante todas las horas que tiene el día porque uno se achicharra completamente
en cuerpo, ánimo y espíritu y en vez de unas vacaciones pueden coger un trauma con tintes de pesadilla. Todavía se
acuerda de los niños jugando al fútbol y pringando de arena a todo el que tiene
a su lado sin importarle absolutamente nada y a las madres de las madres
gritando a pleno pulmón los números que salían de pequeño y oxidado bombo del
juego del bingo. ¡Una auténtica pesadilla!
Ahora se va
tranquilamente hacia la playa, sin tantos complementos, sobre las siete y media
de la tarde para darse un buen paseo, chapotear un poco para volver a pasear y
secarse. Se toma una caña de cerveza en un bar algo cutre y muy marinero que no
llega al euro y que siempre le obsequian con una tapita de aceitunas.
Nuestro
Vicente Ruínez está más colorado que un tomate pocho y las primeras noches las
pasó en vela pues le ardía todo el cuerpo. La terrorífica toalla negra de sus
más recientes pesadillas está “amorosamente” depositada en un contenedor de
ropa para que se la lleven a la conchinchina.
Ha
aprendido, después de someterse a una cura de relajación, que los días duran
más si se aprovechan y disfrutan mejor. ¡Qué diferencia con su día a día en la
C.A.C.A.! Ahora se levanta sobre las nueve y media, prepara un poco la casa
porque aquí no tiene asistentes personales que lo pague el gobierno catalán, y
se va a desayunar al bar que hay en la esquina de su bloque de apartamentos. El
primer día el camarero le saludó como si le conociera de toda la vida y además
en una lengua que no entendía pues le dijo con voz alta y muy deprisa: Quillo,
¿Que va ser?
Diez largos
minutos estuvo intentando comprender esta frase que hasta tuvo que sacar el
manual que tienen los espías por si acaso era una contraseña. Diez largos
minutos para por fin asimilar que lo que el alegre camarero le dijo: Señor,
¿Que desea?
Le contestó
que quería un café con leche, descremada y sin lactosa, y Pà amb tomàquet. Él
lo miró y le dijo que “marchaaando”.
Al cuarto
de hora le puso un café con leche, una tostá de campo y una cesta llena de
mantequilla, zurrapa de lomo, de higado, paté de diversas clases y un bote de
aceite y se marchó para atender a otros clientes que también esperaban.
Vicente
Ruínez se indigno y lo mandó a llamar enérgicamente, como solo pueden hacerlo
un Intendente General de la C.A.C.A. Y le dijo que si no había comprendido que
él había pedido “pà amb tomàquet” a lo que el eficiente le empleado le
contesto: ¿Y eso que es? Pan con tomate,
aceite y jamón. ¡Joé, haberlo pedido así que parece que tiene un chicle en la
boca! Ante esta grosería le contestó al cada vez más hiriente camarero que él
era un alto cargo de la “Nación” Catalana y que le estaba pidiendo las cosas en
el idioma oficial de su nuevo país.
Ante este
alboroto salió el dueño del bar, un señor orondo con cara de buena gente aunque
con mucho carácter, y preguntó lo que pasaba. Al contarle lo referido éste
indicó: ¡Ah, usted es uno de los gilipollas que nos ha quitado un trozo de
España! ¡Se acabó, aquí hay “derecho de admisión” y usted se va, pero antes de
irse pague la consumición que son en total 9 euros que es la tarifa
internacional, ¡Carajote!
Peor no
podía empezar las vacaciones pues el primer día se achicharró en la playa, le
esquilmaron en el chiringuito, le confundieron con un jefe de alcantarillado
cuando es todo un Intendente General de la C.A.C.A., al día después lo echan
del bar de la esquina por darse a conocer. Sí, meditó mucho lo que hacer y como
hacerlo, que para eso es espía, y se propuso pasar de incógnito durante el
resto del descanso merecido que quería disfrutar.
Se fue a
otro bar y pidió un café con leche y un pan con mantequilla. ¡Todo se normalizó!
Esa mañana
se dedicó a pasear por el pueblo, entrar en la única Casa-Museo donde se
exponía la colección de abanicos de la propietaria previo pago de 5 € y pasar
delante de un viejo loro en su dorada y fastuosa jaula que le propinó un saludo
acogedor: “¡Buenos días tenga el Señor!” y cuando se dio la espalda sonriendo
por lo bien educado estaba escuchó la educada voz del “pajarraco verde” que le
dijo: “¡Calvo!”.
La verdad
sea dicha que la colección no merecía ni mucho menos los cinco euros que había
pagado aunque la Casa-Museo si tenía muchas cosas interesantes, entre ellas un
espacioso jardín donde la señora de la casa leía mientras una sirvienta le
ofrecía una copa de vino con una racioncilla de buen jamón. Había adivinado en
primera persona donde iban los cinco euros que
los “pardillos” que como él los pagaban para ver una colección de
abanicos que ni le interesaban ni eran nada del otro mundo pues como le dijo la
chica que estaba en la ventanilla los realmente valiosos los tiene la señora en
sus dependencias privadas.
De nuevo en
la calle, con un calor de aúpa, se sentó en la plaza del pueblo justo delante
del Ayuntamiento que tenía izadas las banderas europea, española, andaluza y la
del lugar y pensó: “¡Qué bonita es la rojigualda y que bien se vivía en España
siendo españoles!”. En ese mismo momento se dio cuenta de su torpeza
sentimental y agradeció no estar en la “Nación” donde presta sus servicios
porque sería echado con una patada donde la espalda pierde su nombre, se
convertiría en un proscrito, como Lara el de Planeta, y no volvería a tener las
prebendas, los privilegios, el sueldazo y los ágapes en la casa de la
presidenta emérita consorte.
Por la
mañana paseo para conocer el pueblo, al mediodía almorzar en un buen, y
asequible restaurante del mismo, posteriormente dormir esa tradición tan
española, tan buena y necesaria como es la siesta para después irse a dar una
vuelta por la playa. Llegar a su casa sobre las diez de la noche, ducharse,
arreglarse con su camiseta y pantalón corto de salir para tomar algo de cena en
cualquiera de los populosos bares hasta las tantas que volvía cansando y
ciertamente agotado.
Otros días
contrataba un taxi y se iba a conocer sitios de alrededor donde comía, bebía y
charlaba con los oriundos así como los visitantes.
Al poco de
estar en el pueblo hizo amistad con algunos señores que tomaban café en el
mismo sitio y allí en torno a la humeante taza, que se convertiría según
pasaban las horas en cerveza o copa de vino, se iniciaba una apasionante
tertulia donde se tocaban todos los temas vistos desde un escrupuloso respeto a
lo que opinaban los otros, se intercambiaban chistes, gracias, comparaciones
que hacía que las jornadas pasaran sin darse apenas cuenta. Por primera vez en
su vida Vicente Ruínez se sentía completamente feliz, querido, apreciado por
ser quien era y no por lo que era, cosa que nunca dijo porque aunque lo
respetaran no lo hubieran entendido.
Se dio
cuenta que España no es como lo cuentan los altos dignatarios de la “Nación”
Catalana, que en esta acogedora tierra se puede vivir y disfrutar siempre que
respetemos al que tenemos a nuestro lado, que el odio no existe en el ideario y
menos en el argumentario de sus habitantes que lo que quieren es trabajar para
sacar sus vidas, sus familias, su Patria hacia adelante sin complicarse mucho
más la vida en tantas historias como las que nos ponen los políticos, que
tienen que justificar sus sueldos, encima de la mesa todos los días. Que el
español en la inmensa generalidad es una persona de bien, acogedora,
integradora, amable, respetuosa, alejada de inquina y maledicencia por el solo
hecho de serlo. Ahora se daba cuenta en el odio que desprendían los Más, los
Pujoles, los Junqueras, los Orioles y los Olegueres hacia todo lo que oliera a
España porque ese odio no lo es por rencor sino porque se consideran
inferiores, aunque las arcas algunos la tengan llenas, ya que nunca llegarán a
vivir felices por ser quienes son y no por lo que quieren ser.
Ruínez, día
a día estaba despertando de la gran mentira donde se hallaba imbuido, de que la
C.A.C.A. era en realidad una mierda porque no llegaba a ser Agencia de
Contraespionaje ni nada que se le parezca, que la Armada Catalana era un
proyecto de socorristas de la costa, que el ejército se asemejaba más a los buscadores
de metal de nuestras playas que a los defensores del país, que los
políticos...., los políticos por desgracia se asemejaban bastante a los que hay
detrás de la frontera, donde la moneda oficial, el pujolín, tenía menos valor
que los billetes del monopoly y que la Red de Trenes del Territorio
(RE.TRE.TE), se parecía más a una empresa de tranvías defectuosos.
Vicente
Ruínez, Intendente General de la C.A.C.A. se dio cuenta sin querer en este
pueblecito al sur de España que la “Nación” Catalana era un gran soufflè donde
lo exterior tenía un aspecto muy apetitoso y por dentro era puro aire, pura
nada.
Iban
pasando los días en esa quietud, en esa tranquilidad donde largas
conversaciones se unían a los grandes paseos, ya acompañado por sus nuevos amigos,
donde el sol y la luna se entrelazan para dar calidez a sus vidas. Vicente
Ruínez era feliz y no se acordaba, ni quería acordarse, que tenía que volver a
la “Nación” Catalana a soportar las tonterías, las locuras y los ataques de
irrealidad grandeza del presidente, presidente emérito, emérita consorte, hijos
de los eméritos, del vicepresidente y del jefe de la oposición que no se opone
a nada. También tendría que aguantar, entre informe y contrainforme, a D.
Pantuflo que no hace absolutamente nada, que tiene un cuajo que se lo pisa, y
que está leyendo el periódico todo el día mientras cobra varios cientos de
miles de pujolines aunque al cambio está trabajando gratis porque esta moneda
no tiene valor oficial en ninguna parte del mundo. Ya ningún crucero parte ni llega a Barcelona sino que lo hacen
en las Islas Baleares o en la Comunidad Valenciana y lo más que hay en el
puerto es ese barcucho reparado en los Astilleros Catalanes y que ahora están
de huelga porque dicen que no tienen suficientes horas de trabajo. ¿Y como las
van a tener si no tenemos barcos? Los barcos internacionales se reparan a los
astilleros internacionales, por más que algunos se quejen y despotriquen, y en
la nueva “Nación” lo más que se puede arreglar son los pinchazos de las zodiacs,
de los colchones hinchables o incluso de los flotadores de tercera mano que
requisamos a una patera que se equivocaron de destino pues creían venir a
España.
Se siente
tan bien y tan español que cuando algunos de sus amigos de tertulia le contó el
chiste de que “Pujol no quiere que le llamen chorizo sino espetec” se mondó de
la risa.
Quedan tan
solo dos días para que terminen las vacaciones, para que este sueño que es una
realidad quede postergado en la lejanía, para volver a vivir en la mentira
consentida de algunos, para comprobar el empobrecimiento de tantos y el
enriquecimiento de los mismos de siempre, de volver a soportar la sorna, chufla
de esos desgraciados llenos de odio hacia lo que verdaderamente son:
¡Españoles!
¡Volverá! Y
una vez allí meditará que hacer para que Cataluña vuelva a ser lo que nunca
debió dejar de ser.
De esa
nueva aventura ya hablaremos en otro momento porque ahora nuestro Vicente está plácidamente charlando con sus amigos
mientras se toman una buena copa de vino y unas patatas fritas a la sombra de
ese frondoso árbol que cobija la terraza del bar de siempre.
Jesús
Rodríguez Arias
Nota:
Gracias eternas a Ibañez por crear un personaje como Vicente Ruínez.
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