El hombre es un animal de costumbres y siempre tiende, más tarde que temprano, a volver a sus orígenes.
Si os soy sincero eso me está pasando a mí cuanto más años pasan y la partida de nacimiento empieza a amarillear, es decir, a coger esa indudable pátina que da el tiempo.
Cuanto más envejezco más recuerdos mis ayeres, cuanto más tiempo pasa más se me vienen a la mente de ese pasado que empieza a ser lejano aún cuando la realidad está a la vuelta de la esquina.
Hubo un tiempo que era un ser urbanita, me gustaba la ciudad y todo lo que en ella se ofrecía. Prefería el mar, la playa, al campo y cada vez que pensaba en los verdes árboles y prados un nubarrón me envolvía los pensamientos.
Mi niñez y primera juventud fue al contrario porque amaba el campo, los verdes prados y las rocosas montañas así como no me hacía ilusión alguna el vivir en las grises calles de la ciudad. Un anuncio de neón no podía ser comparable a un estrellado cielo que nos anunciaba que la noche había llegado.
No había cumplido la mayoría de edad cuando ya ostentaba cargos de responsabilidad y tenía en mis manos cierto "poder". Cuando te metes en esa vorágine es muy difícil de salirse salvo que el Dios utilice sus recursos para apartarte de ese laberinto que en muchas ocasiones pudre todo.
Era considerado por aquel entonces "un valor" y no había terminado de ejercer una responsabilidad cuando ya me había comprometido con otra. Como vulgarmente se dice no salía de una para meterme en otra y así durante veinticinco años de mi vida.
Pero llega un momento en el que tu cuerpo te dice basta, Dios te va diciendo con hechos que ese tiempo de plena dedicación empezaba a terminarse.
¡Y se terminó, ya lo creo que se terminó!
Atrás quedaron las agendas completas de actos, reuniones y compromisos que se extendían por meses, los maletines llenos de papeles, los móviles con más de ochocientos contactos, prisas, estrés, agobios, no tener tiempo para ni mirar el reloj, pasar los días, las semanas sin darte cuenta, sin disfrutar del día a día, sin dormir lo suficiente, comiendo ligero o cenando en un plis plas.
Atrás quedó una persona distinta a la que hoy en día soy.
Ahora a mis cuarenta y cuatro años cumplidos mi vida se sitúa en un plano más tranquilo, sosegado, más cordial donde busco y encuentro la esencia de las cosas, la pureza de las mismas, mis ojos ya no ven por los de los demás sino por mí mismo y me doy cuenta de que he podido hacer mucho aunque también he desperdiciado demasiado tiempo y arrinconado bastante más cosas. ¡Ya no hay marcha atrás!
En estos momentos de mi vida he vuelto a reconciliarme con mis ayeres, con mis primigenios gustos y apetencias. Ahora prefiero un buen día en el campo abstrayéndome de todo con el verdor de los montes y los prados, con el blanco de las casas, con la buena conversación entre amigos, el adivinar la hora por la posición del sol que tener prendido en mi muñeca ese reloj que te aprisiona y en demasiadas ocasiones te acorrala.
En este proceso iniciado hace ya año y medio he podido, gracias a mi mujer, reencontrarme con mi pasado y hacerlo olvidando los malos recuerdos así como resaltando los buenos que ha habido. He podido comprobar, por mi mismo, que la vida es dura aunque siendo así más enseñanzas te aportan y más te valen para nuestros respectivos presentes.
Atrás han quedado, en el arcén del olvido algunas amistades que nunca lo fueron y que aportaron mucho a mi vida. Le doy gracias a Dios por haberme permitido poder haber conocido a esas personas pues mientras conté con su "amistad" aprendí de ellos. En definitiva me quedo con los buenos recuerdos y lo malos los deposito en ese baúl de los recuerdos que todos tenemos en nuestra especial buhardilla.
Hace dos semanas he vuelto a pisar la tierra del campo de mis padres que es el lugar donde crecí y aprendí a amar la naturaleza, donde disfruté de la familia y con la familia. ¡Hacía tanto tiempo que no ponía un pie allí! Muchas veces los recuerdos son como una barrera imaginaria que te impide avanzar.
Fue poner un pie en esas tierras, observar con la experiencia de la vida, de los años, de todo lo que ha acontecido en mi vida y borrarse de un plumazo todos esos recuerdos que en ocasiones me maniataban. Fue poner un pie en el lugar de mis antepasados y pensar en un proyecto común con mi mujer, en un futuro que si Dios nos lo permite se podrá hacer realidad cuando pase el necesario tiempo.
Vivo mi actual presente gozando y recordando mis ayeres que son pieza fundamental para construir un futuro halagüeño, esperanzador y sobre todo feliz.
Jesús Rodríguez Arias